Alguna vez dejé mi traje de guerrera y salí sin corazas a caminar tus surcos, alguna vez nuestras vidas se cruzaron y se hicieron cómplices y hermanas.
Siempre pensé en lo compañero de sueños que te sentía, a pesar de tus indecisiones de pareja y tus dificultades para verbalizar emociones, como tú también reconocías. Y esa historia potente que gestamos en Santiago, al comienzo tan hecha de rabia y de ternura, de palabras y desencuentros, trasmutó, se volvió complicidad a toda prueba, e inundaba de cariño y de ternura mis días de trashumante viajera. A menudo tenía un correo tuyo y coordinábamos un par de cosas de apoyo a los mapuches, de género, de tantas ganas de cambiar el mundo, de tanta rabia por las injusticias, de tantos gestos cotidianos de solidaridad que te caracterizaban. Y aunque los kilómetros son demasiados, me sentía tan cerca, tan compañera como cuando nos conocimos de activistas en Santiago.
Alguna vez me cansé de mover ficha, y alguna vez me lo recriminaste. Ya no sabremos si la historia hubiera podido ser de otra manera, también me lo preguntaste, y quizás viviríamos en Salónica con la red de pescador en tu muralla. Pero no hay marcha atrás y caíste como un rayo bajo pleno sol penquista. Solo sé que me queda un vacio infinito, un dolor desgarrado a la distancia, la admiración por tu compromiso, el recuerdo de tus ojos claros y las horas y horas compartiendo sueños y planificando revoluciones que aún no llegan y el raudal de ternura que me produce recordarte.
En mi último viaje no nos vimos, estabas esperándome, pero como tantas veces, no llamaste, y yo me quedo ahora con la sensación de deberte ese último abrazo. Me contaste que veces soñabas conmigo y a mí me gustaba esa invasión a tu mundo nocturno y que sintieras mi cariño a la distancia, fantaseábamos con las visitas transatlánticas.
Me harás mucha falta, un pedazo de mi se murió contigo en este invierno chileno. Estoy haciendo mi duelo en un lugar que te gustaría, estoy en Portugal, en una ciudad pequeña y afable que huele a proximidad y a sencillez y espero que esta soledad blanca y forzada me deje llorar a solas tu partida.
Son miles los recuerdos que se agolpan, cuando cuatro locos organizamos esa marcha en Santiago y te detuvieron; y yo me puse a dar una conferencia de prensa en plena calle para denunciarlo y estuve muy alterada, porque creo que además ya sabía que te amaba. O cuando cocinabas para mí, como gesto de amor sin palabras, o cuando me regalabas Benedetti, o cuando semana a semana nos reuníamos con nuestro pequeño colectivo a analizar, discutir y proponer como nos articulábamos.
Hace un tiempo que me dijiste que mi estrategia ganaba y que me necesitabas, preguntaste que cuando volvía, que te escribiera. Yo creo que te quedaste en mí, pero claro, Benedetti nos dio las consignas olvidamos coordinar los tiempos. Y aquí estoy, sabiendo que nunca más me escribirás, que nunca más se acelerarán mis latidos al lado del teléfono marcando tu número, y mis lágrimas caen sin control y sin remedio. Sin embargo, la despedida es imposible, estás incrustado en mis huesos, y formas parte de mis neuronas y de mi piel.
Celeste compañero de sueños y aventuras, te quiero.